“Durante el recorrido, no faltaron reivindicaciones ya conocidas del movimiento, como la exigencia de "una democracia real" que no esté arrodillada ante el poder financiero. Sin embargo, ganaron protagonismo los gritos de protesta contra los tijeretazos en servicios públicos, como los acometidos por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.”
Extracto de Público, 15-O: La indignación de Sol contagia al resto del planeta
Este es un fenómeno que se viene observando desde que el gobierno Mas en Catalunya, el de Aguirre en Madrid, y el resto en sus respectivos territorios, han decidido afrontar sus presupuestos y sus maneras de hacer política atacando lo que no debían. Y es bueno manifestarse contra aquello que nos está dejando sin sanidad, sin educación pública, sin una pensión digna y sin tantas otras cosas, pero no podemos olvidar una cosa: una democracia real, un global change, sería mucho más que acabar con retallades o recortes.
Ayer, en Barcelona se pudo notar un equilibrio entre mensajes contra la banca y el cariz que han tomado sus actividades en los últimos tiempos –se podía oír un coro que entonaba un ingenioso equis banqueros se balanceaban sobre la burbuja inmobiliaria–, el malestar social causado por los recortes y otros ya clásicos como el “no les votes”, y esto no debería cambiar. La confluencia de mensajes de protesta, de indignación –por usar un término obligado– contra injusticias de diversos ámbitos no debería cambiar, pero sin olvidar que existe una cierta jerarquía con sus problemas causantes y sus consecuencias derivadas.
No podemos obviar que los recortes no dejan de ser un síntoma de un sistema a todas luces deficiente y erróneo, al menos en su planteamiento actual, y por supuesto de una forma concreta de hacer política con la que, por lo que se pudo ver ayer, mucha gente no está de acuerdo. No podemos dejar de protestar por el maltrato al Estado del bienestar que se ha puesto tan de moda entre nuestros políticos, pero sin abandonar la reivindicación de una democracia real, una democracia no sometida a los dictados del etéreo dirigente, el gran jefe de rostro deformado y desconocido, aquel al que llaman “los mercados”.
Porque los recortes son un síntoma, pero la enfermedad es el sistema –de neoliberalismo salvaje, de dictadura mercantil, de irresponsabilidad bancaria, de opacidad institucional y de muchas cosas más–. Tratar un síntoma no es más que una solución temporal hasta que vuelva a aparecer, probablemente con mayor fuerza, o se manifieste otro de mayor gravedad. Es por ello que no podemos dejar de vacunarnos contra el virus que lo causa, la auténtica enfermedad sistémica insostenible que, si se la deja seguir, terminará devorándolo todo.