sábado, 21 de enero de 2012

A través del espejo

Te observas al espejo y te parece ver, entre los mechones del flequillo de recién levantado, la cicatriz que poco a poco ha ido desapareciendo. Es casi imperceptible, y seguro que nadie sabe que la tienes. En su momento parecía un tiro. Ejecutado estando en primaria. Imposible que sucediera en tu ciudad.

En realidad no fue más que una caída, y la piedra buscó su hueco en tu interior, cortando la carne blanda que no deja de ser máscara. Seguro que ahora es menos que una muesca, pero logras imaginar tu cráneo un poco agrietado, resquebrajado allí donde la piedra se clavó. Te pusieron unos cuantos puntos. Chorros de alcohol que pica. Y parad ya, ponedme una tirita. Sin recordar en ese momento, o quizá ignorándolo, que los hay que se rompen brazos y piernas y lo pasan peor. Los hay que están verdaderamente mal. Y les duele. Les duele mucho.

Que se jodan, es de ti de quien estamos hablando ahora.

Seguro que nadie lo sabe, que tienes esa marca. Ni siquiera tus padres lo recuerdan al mirarte, cuando se quedan en silencio mientras sorbes la sopa con cara de no pensar y se preguntan, a su vez, por qué nunca dices nada. El paso del tiempo tiene parte de culpa. Ya casi ha desaparecido, y tu consuelo ha dejado de ser que al menos queda simétrica hasta cierto punto. Ahora, simplemente, ya no importa. Y te da lástima que ya no se vea.

Pensar en ello no desencadena ningún recuerdo en concreto. Solo se te ocurre que ya tienes marcado el punto donde irá el tilak cuando te rencarnes en hindú. O que se trata de la humilde venganza del universo físico intentando romper el tercer ojo que causará su destrucción. Pero entorpecer el camino de la iluminación no es tan sencillo como tratar de bloquear una mirada sabia, por mucho que esta no haya despertado aún y quizá nunca lo haga.

Dejas atrás el espejo, y con ello regresas al universo que tan hostilmente te atacó hace algunos años, y que sigue haciéndolo a veces. Te sientas, y mientras el ordenador se pone en marcha recuerdas algo que leíste hace poco. Para suicidarse lo mejor es un tiro en el paladar, porque si te lo pegas en la sien te puede salir desviado y dejarte sordo o en coma o qué sé yo. Y te preguntas para qué quiero yo saber esto, pero te vienen a la mente dos escenas. Cuando errar significa seguir vivo, y acertar implica extinguirse.

Al final siempre quedan dos caminos. Torturarse es el tercero, el del tramposo pusilánime. La senda del farsante que no lleva a ninguna parte y a la vez consigue dejarlo todo en un (in)cómodo suspense. Y por suerte o por desgracia, a trilero no hay quien te gane.

1 comentario:

  1. Y he vuelto a este texto que tan marcada me dejó... De verdad que me apasionas. <3

    P.D. Se me olvidó comentártelo pero hace ya unas semanas encontré esa marquita sin buscarla y me hizo gracia cuando la vi :)jiji

    ResponderEliminar